por El Topo (agosto 1999) editado en abril de 2022
Introducción
En ocasiones ni el propio hogar provee la necesaria ambientación espacial para obtener la paz mental y la armonía espiritual que es lo que nos permite aclarar los pensamientos o descansar al menos un poco. El derecho a la libertad y a la consecución de nuestros ideales nos han sido garantizados constitucionalmente sin embargo los mecanismos para lograrlo son cosa personal y están usualmente condicionados a la adquisición de algo material. En el afán por hacerlo todo de la forma más rápida y económica ha creado un nuevo estilo urbano: la no-arquitectura, la insensibilidad por la belleza y la carencia de estímulos transcendentales. Así hemos convertido las ciudades en nuestras propias jaulas, cárceles gigantescas de las cuales ahora se nos hace difícil escapar.
Fuga temporera
Ante la pesadez urbana y existencial, muchas personas emprenden, aveces a diario, una especie de fuga temporera usando sus autos como vehículos de escape y las calles y avenidas como espacios sustitutos para ejercer el ilusorio derecho a la libertad. Mirando desde esta perspectiva, puedo entender perfectamente la idolatría que existe hacia los vehículos de motor (de todo tipo) y el esmero falsificado con el que nuestros gobernantes tratan a las carreteras. Digo falsificado pues lo que vemos es solo un espejismo mal intencionado que oculta la terrible condición física en que verdaderamente se encuentra el sistema vial.
En Puerto Rico el hacer más carreteras se convirtió en el paradigma clave para encaminar la ruta hacia el nuevo milenio y la venta de vehículos nuevos un portaestandarte de la salud financiera del País. Recientemente el gobernador Pedro Pierluisi informó que le había pedido a su secretario de Hacienda, Francisco Parés, eliminar las tasas de arbitrios a los automóviles más costosos o de lujo, pues desea que hayan carros más vistosos en las carreteras, refiriéndose a los autos que no son nuevos como “destartalados”. El gobierno es el promotor principal de ese espejismo donde ondulan autos de oro sobre dunas de asfalto y concreto y la sociedad, sofocada por deambular sobre el desierto de la mediocridad, se desemboca hacia un oasis ilusorio donde solo existen arenas de plástico, metal, caucho y vidrio.
Tras la desaparición de los espacios habitables de nuestras ciudades, las carreteras y avenidas se han convertido en insospechadas sustitutas de las necesidades espaciales que la ciudad dejó de proveer. Las "vías de transporte" se han convertido en grandes salas, no para estar, sino para escapar. Morbosa alternativa es la que nos presenta este comportamiento de una sociedad sobre ruedas. Las carreteras y las avenidas, son una extensión de la máquina que las habita, son la nueva Meca que alimenta la insaciable idolatría del automóvil. El lento y soslayado desprecio por la ciudad como espacio vital es síntoma de un mal que nos aqueja hace ya mucho tiempo: la enorme falta de respeto por nuestro ambiente construido, por la arquitectura, la negación de la belleza de los espacios abiertos y parques y la insensibilidad hacia los materiales nobles que en ellos crean formas armoniosas. La anemia visual, impuesta y muy bien concertada por los mercaderes de la "no-arquitectura" produce indiferencia por los elementos de nuestro entorno natural y por los espacios urbanos; la belleza, al fin se convierte en un fetiche que sirve solo a los intereses de las élites, los comercios y al final domina por exclusión el caos tridimensional que nos rodea. Las expresiones de arquitectura real se confunden con las de pseudo-arquitectura comercial.
Desde lejos la ciudad refleja un collage casi psicodélico de formas y colores esparcidos sobre una extensión sin límites definibles. De cerca, se pueden apreciar las marcas de la subversión urbana. Dentro de esta amalgama aveces incoherente, existen expresiones válidas de escape, protesta y subversión, siendo las más nobles: la propia arquitectura, el diseño urbano (planificación), la ingeniería civil inteligente, la arquitectura paisajista, el arte urbano, el performance y el graffiti.
Los expresos y las avenidas
Las enormes extensiones de espacio abierto, limpio y nítido que rodean la mayoría de las avenidas y mal llamados "expresos" son una desigual tentación para los que vivimos agobiados por la pesadez urbana. La avenida conecta dos puntos ufanamente sin hacer muchos alardes, pero pretendiendo que nadie ni nada perturbe su osadía. Llevándose por el medio todo lo que se les presente al frente y dejando atrás una estela de espacios desangrados y formas naturales descompuestas, las avenidas imponen su presencia sin respeto a lo demás. Las margenes de las avenidas son los nuevos espacios abiertos y de sin igual belleza. Se les llama "paseos" sin serlo y se les presta una atención esmerada en eso del recorte del césped. Por aquí y por allá se siembran plantas ornamentales de todo tipo que cuando florecen al unísono crean veredas de color que solo Versalles podría igualar. Mas allá, los pastizales y las malezas crecen hasta desbordarse sobre las orillas del paseo, sepos de pangola que alimentan solo los sueños de las reses de metal que viajan del otro lado y hacen que sus hojas ondulen al pasar. Es bueno que sea así pues de esa manera se tapa toda la porquería que se arroja desde las ventanas de los omnipotentes bólidos de color que surcan la avenida con celeridad.
La avenida y sus fronteras son como un gran espacio por descubrir. En ocasiones, familias completas deciden vencerse ante la tentación bucólica del “paseo” y embriagados por la sensación de la entrega total, hacen enormes pasa días en los laterales del expreso. Con canastas de suculentos víveres y golosinas disfrutan del acogedor espacio abierto mientras el conductor orina tras una matita. El resto de la familia adormecidos por el resoplido de los furgones, admira a distancia su auto, objeto preciado, con todas las puertas bien abiertas, como en señal de reposo.
El automóvil de oro
El automóvil provee un espacio contradictorio: limitadamente acogedor y abiertamente íntimo pero lleno de luz y visuales que se mueven a gusto con solo apretar unos pedales y girar una rueda. El auto es el bólido que nos permite penetrar en el ámbito sacro de las calles y las avenidas. El auto es individual y a la misma vez colectivo. El auto nos hace vivir y disfrutar del tiempo y nos rodea de sensaciones, orgía metálica que reboza con olor a vinilo, cuero y plástico. La música nos acompaña a todos lados con fidelidad estereofónica de mil bocinas. Las noticias también, con el poder de la radio y equipos que se conectan con la red local y hasta con satélites y brindan servicio de internet, películas y toda la madeja que quieras tejer en tus redes sociales y en vivo, claro está.
La velocidad nos emociona y despierta nuestro interior adormecido. Por un momento vuela la imaginación y somos libres, encerrados en nosotros mismos. El viento sopla libremente y nos acaricia junto al resoplido del aire acondicionado, dándole vueltas al pinito de cartón que colgado del espejo retrovisor se luce haciendo piruetas. En esa crisálida estamos seguros y protegidos. Es como la proverbial matriz divina que nos acoge en su seno y nos provee la nutrición que nuestro hogar y la ciudad ya no nos quiere suministrar.
La Vuelta del Pendejo
La Vuelta del Pendejo es una letanía urbana, una procesión concertada de manera fortuita que lleva a los Pendejos a formar una interminable fila de autos dentro del pesado ambiente de la ciudad, con el único y exclusivo propósito de logar una especie de Cinta de Möbius urbana. Un ciclo infinito que se retro-alimenta por si solo y te lleva al mismo lugar desde donde comenzaste pero de manera diferente cada ves. Es como el conejillo que da vueltas en la rueda tratando de escapar de ella y solo se queda en en mismo lugar.
En su monologo “Las categorías de Pendejos”, Facundo Cabral nos cuenta que cuando chico, su abuela le decía que había que acabar con los uniformes. Imagínense decirle eso a un niño y que viniera nada menos que de parte de su abuelita. Los niños casi siempre han sido admiradores de los uniformes. No se hoy en día, pero tal ves tiene que ver con el hecho de que se nos obligaba a usar uniforme en la escuela y asociábamos nuestros anhelos con el uniforme que usaban aquellos que hacían las cosas que más nos atraían.
Facundo continua diciendo que luego aprendió que su abuela tenía derecho de hablar de eso porque estuvo casada con un coronel que era realmente un hombre muy valiente, pero que solo le tenia miedo a algo...a los Pendejos.
- “Un día le pregunté por qué y me respondió: “
- “ Porque son muchos y no hay forma de cubrir semejante frente. Y por temprano que te levantes a donde quiera que tu vayas, ya está lleno de pendejos, y son peligrosos porque al ser mayoría ¡eligen hasta al Presidente!”
Facundo termina diciendo que su abuela le explicaba que además de ser muchos, habían siete diferentes tipos de Pendejos y Dios la tenga en la gloria, pero sus categorías describen perfectamente las personalidades que se ven en la Vuelta del Pendejo:
“Mientras nuestros pueblos y ciudades van perdiendo gran parte de su encanto debido al deterioro del ambiente construido, las calles y las avenidas se han convertido en una gran sala, no para estar sino para escapar.”
“...por temprano que te levantes a donde quiera que tu vayas, ya está lleno de pendejos, y son peligrosos porque al ser mayoría ¡eligen hasta al Presidente!” - Facundo Cabral
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